jueves, 30 de agosto de 2012

LA ULTIMA CENA


Atravesar el atlántico siempre era pesado. Por muy rápido que volara un avión.

Con media hora de retraso, este se posó sobre suelo parisino, entre frío y agua, como era de esperar. Toda mi vida aquí, había trascurrido entre nubes de algodón y tristeza.

Padre no me vendría a recoger al aeropuerto. Era mayor para desplazarse solo por la capital, así que decidí alquilar un coche mientras me paseara por la comarca durante los días que estuviera aquí. Él había insistido en volver a casa, pero hubiera sido como remover la angustia del pasado. Todavía no estaba preparada para moverme por según que escenarios.

 La vida es tan rápida en actividad, que no te da tiempo a corregir secuelas.

El hotel era acogedor.  Suelo de moqueta rojo y letreros de no molestar. Albergaba poca gente y la suficiente tranquilidad que necesitaba a mi regreso. 

Llamé a padre después de una ducha de agua bien caliente. El clima aquí era siempre frío en alguna etapa del día. Aunque llegara el verano. Padre me convocó a cenar a las diez en el restaurante Grand Rex. Creo recordar que aquí se declaró a mama por primera vez. Quedaba un poco desplazado del hotel donde me hospedaba. Con la red de metro sería un momento. Él estaría a unas tres manzanas en dirección contraría a La Madeleine. No tenía mucho apetito y tras descansar un par de horas el rostro de cansancio era evidente en las bolsas bajo mis ojos.A través del espejo ninguno de los vestidos brillaban en una mujer que cada vez se hacía más mayor. Demasiado color en ellos para un lugar tan apagado. Quizás algo más glamoroso, pensé. Quizás.

 

 

 

 

La pastilla estaba sobre la mesita de noche. Esta vez no me la podía olvidar.

La hora y el lugar de la cena lo apunté en un papel justo en el momento de reservar. Solo así no me descuidaría. Últimamente la memoria me fallaba bastante. Cosas de la edad y los nervios, supongo.

 El Grand Rex era un buen restaurante de París. Lo sabía, pero no recordaba exactamente el porque lo era .Florence me había llamado por la mañana avisándome de su llegada. Me pondría mi camisa a cuadros azul. Recuerdo lo mucho que le agradaba. Hice un repaso a los platos escogidos y volví a llamar al restaurante para que no se olvidaran. Sabía cuales eran sus manjares preferidos. Un perfume de naranjas antes de salir y el abrigo me acompañaron al restaurante. Eché la mano al bolsillo para repasar la hora. A las diez había apuntado.

 Un taxi me llevaría al restaurante. Ya hacía tiempo, me resigné a no utilizar el coche por la capital. Las calles habían cambiado de nombre  incluso algunas de  sentido. A mi edad estas cosas ya cuestan de asimilar. Este último gobierno no estaba haciendo las cosas muy bien. Caminé hasta la estación de taxis, pero antes pararía en la floristería de enfrente. Se lo mucho que le gustan las flores. Margaritas eran sus preferidas. Antes de partir hacia La Madeleine pregunté al taxista que se había hecho de la floristería.

-       Hace años hubo una, pero no recuerdo ninguna otra desde entonces.

Me puse un poco nervioso. Miré otra vez el papel y le pedí un poco de prisa.

Me gustaba llegar puntual a los sitios. Que no me tuvieran que esperar. El taxista me condujo hasta una nueva floristería cerca de La Madeleine. Esta vez sí, me hice con un ramo de margaritas. Entre las columnas dos y tres me senté a su espera. No hacía falta contarlas, ya sabía cuantas la rodeaban. Todavía faltaban diez minutos. Morgane, nunca faltaba a  nuestra cita.

Lo cierto es que una vez adentro, el Grand Rex impresionaba. El comedor no estaba muy iluminado, pero cada mesa tenía su candelabro de cristal. No se si este era un restaurante apropiado para un padre y una hija, mas bien lo parecía para una pareja enamorada, como lo eran ellos dos cuando se declararon aquí.Un camarero vino a recepcionarme.

-       ¿Su nombre, demoiselle?

-       Florence.

Me llevaron a una mesa de tres cubiertos ya reservada con el nombre de padre.

Eran en punto y padre no había llegado. Empecé angustiarme, pues padre nunca había llegado tarde a una cita. Pasaron minutos y más minutos, y padre no aparecía.

El camarero se presentó, al verme sola ante un comedor que poco a poco se había quedado vacío. Ya se acercaba la hora del cierre.

-       ¿Le traigo el Vichissoise, demoiselle?

-       ¿Vichissoise?

-       Así es. En la reserva se dejó muy claro que este sería el primer plato.

Después de aquello, lo entendí todo. El Grand Rex, los tres cubiertos, incluso la hora.

-       ¿El segundo plato es Confit de pato?-pregunté-.

-       Efectivamente demoiselle.

Papa no llegaría nunca al restaurante. Pasarían las horas que hicieran falta, pero no se movería de La Madeleine. Se que  se encontraba allí.

Una gran tristeza me envolvió mientras me dirigía hacia La Madeleine. Era enorme el amor que todavía le quedaba adentro. Mama era lo más incondicional que se escondía en su corazón.Allí sentado en las escaleras con su abrigo negro esperaba interminablemente sobre el gélido frío de París.

-       ¡Padre..!

-       Al verme se le encendieron los ojos, como si hubiera salido de su estado de shock.

-       ¡Florence!....¡¡No viene!! Nunca había tardado tanto…

Todo el temblaba de desesperación.

-       ¡Padre…! No vendrá. Mama ya no vendrá jamás.

-       ¿Cómo?

Dos de sus lágrimas ya se deslizaban por sus mejillas, mientras sostenía con fuerza el ramo de  margaritas que tanto le gustaban a mama.

-       No padre. Mama ya no está.

Padre me abrazó con fuerza y con fuerza lo abracé a su Alzheimer. Los dos nos quedamos así, sentados bajo las columnas de La Madeleine, y con ella, el recuerdo de mamá y sus dulces margaritas.

 

Jesús

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