Atravesar el
atlántico siempre era pesado. Por muy rápido que volara un avión.
Con media hora
de retraso, este se posó sobre suelo parisino, entre frío y agua, como era de
esperar. Toda mi vida aquí, había trascurrido entre nubes de algodón y
tristeza.
Padre no me
vendría a recoger al aeropuerto. Era mayor para desplazarse solo por la capital,
así que decidí alquilar un coche mientras me paseara por la comarca durante los
días que estuviera aquí. Él había insistido en volver a casa, pero hubiera sido
como remover la angustia del pasado. Todavía no estaba preparada para moverme
por según que escenarios.
La vida es tan rápida en actividad, que no te
da tiempo a corregir secuelas.
El hotel era
acogedor. Suelo de moqueta rojo y letreros
de no molestar. Albergaba poca gente y la suficiente tranquilidad que
necesitaba a mi regreso.
Llamé a padre
después de una ducha de agua bien caliente. El clima aquí era siempre frío en
alguna etapa del día. Aunque llegara el verano. Padre me convocó a cenar a las
diez en el restaurante Grand Rex. Creo recordar que aquí se declaró a mama por
primera vez. Quedaba un poco desplazado del hotel donde me hospedaba. Con la
red de metro sería un momento. Él estaría a unas tres manzanas en dirección
contraría a La Madeleine. No tenía mucho apetito y tras descansar un par de
horas el rostro de cansancio era evidente en las bolsas bajo mis ojos.A través
del espejo ninguno de los vestidos brillaban en una mujer que cada vez se hacía
más mayor. Demasiado color en ellos para un lugar tan apagado. Quizás algo más
glamoroso, pensé. Quizás.
La
pastilla estaba sobre la mesita de noche. Esta vez no me la podía olvidar.
La
hora y el lugar de la cena lo apunté en un papel justo en el momento de
reservar. Solo así no me descuidaría. Últimamente la memoria me fallaba
bastante. Cosas de la edad y los nervios, supongo.
El Grand Rex era un buen restaurante de París.
Lo sabía, pero no recordaba exactamente el porque lo era .Florence me había
llamado por la mañana avisándome de su llegada. Me pondría mi camisa a cuadros
azul. Recuerdo lo mucho que le agradaba. Hice un repaso a los platos escogidos
y volví a llamar al restaurante para que no se olvidaran. Sabía cuales eran sus
manjares preferidos. Un perfume de naranjas antes de salir y el abrigo me
acompañaron al restaurante. Eché la mano al bolsillo para repasar la hora. A
las diez había apuntado.
Un taxi me llevaría al restaurante. Ya hacía
tiempo, me resigné a no utilizar el coche por la capital. Las calles habían
cambiado de nombre incluso algunas
de sentido. A mi edad estas cosas ya
cuestan de asimilar. Este último gobierno no estaba haciendo las cosas muy
bien. Caminé hasta la estación de taxis, pero antes pararía en la floristería
de enfrente. Se lo mucho que le gustan las flores. Margaritas eran sus
preferidas. Antes de partir hacia La Madeleine pregunté al taxista que se había
hecho de la floristería.
-
Hace años hubo una, pero no
recuerdo ninguna otra desde entonces.
Me
puse un poco nervioso. Miré otra vez el papel y le pedí un poco
de prisa.
Me
gustaba llegar puntual a los sitios. Que no me tuvieran que esperar. El taxista
me condujo hasta una nueva floristería cerca de La Madeleine. Esta
vez sí, me hice con un ramo de margaritas. Entre las columnas dos y tres me
senté a su espera. No hacía falta contarlas, ya sabía cuantas la rodeaban.
Todavía faltaban diez minutos. Morgane, nunca faltaba a nuestra cita.
Lo cierto es que una
vez adentro, el Grand Rex impresionaba. El comedor no estaba muy iluminado,
pero cada mesa tenía su candelabro de cristal. No se si este era un restaurante
apropiado para un padre y una hija, mas bien lo parecía para una pareja
enamorada, como lo eran ellos dos cuando se declararon aquí.Un camarero vino a
recepcionarme.
-
¿Su nombre, demoiselle?
-
Florence.
Me
llevaron a una mesa de tres cubiertos ya reservada con el nombre de padre.
Eran
en punto y padre no había llegado. Empecé angustiarme, pues padre nunca había
llegado tarde a una cita. Pasaron minutos y más minutos, y padre no aparecía.
El
camarero se presentó, al verme sola ante un comedor que poco a poco se había
quedado vacío. Ya se acercaba la hora del cierre.
-
¿Le
traigo el Vichissoise, demoiselle?
-
¿Vichissoise?
-
Así es. En la reserva se dejó
muy claro que este sería el primer plato.
Después
de aquello, lo entendí todo. El Grand Rex, los tres cubiertos, incluso la hora.
-
¿El segundo plato es Confit
de pato?-pregunté-.
-
Efectivamente demoiselle.
Papa
no llegaría nunca al restaurante. Pasarían las horas que hicieran falta, pero
no se movería de La Madeleine. Se que se
encontraba allí.
Una
gran tristeza me envolvió mientras me dirigía hacia La Madeleine. Era enorme el
amor que todavía le quedaba adentro. Mama era lo más incondicional que se
escondía en su corazón.Allí sentado en las escaleras con su abrigo negro
esperaba interminablemente sobre el gélido frío de París.
-
¡Padre..!
-
Al verme se le encendieron
los ojos, como si hubiera salido de su estado de shock.
-
¡Florence!....¡¡No viene!!
Nunca había tardado tanto…
Todo
el temblaba de desesperación.
-
¡Padre…! No vendrá. Mama ya
no vendrá jamás.
-
¿Cómo?
Dos
de sus lágrimas ya se deslizaban por sus mejillas, mientras sostenía con fuerza
el ramo de margaritas que tanto le
gustaban a mama.
-
No padre. Mama ya no está.
Padre
me abrazó con fuerza y con fuerza lo abracé a su Alzheimer. Los dos nos
quedamos así, sentados bajo las columnas de La Madeleine, y con ella, el
recuerdo de mamá y sus dulces margaritas.
Jesús
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