La buscaba todas las tardes esperándola volver a ver. Su olor fue tal, que me dejó impregnado. Una tarde me hice amigo de ella mientras bajaba las escaleras de su casa. Llevaba unas Nike Wimbledon con la raya rosa. Yo la esperé en el último escalón. Olía a colonia fresca, la misma que la otra vez.
- Hola.
-Hola-me respondió.
- Me llamo Joan ¿y Tú?
- Cristina
- ¿Quieres que vayamos en bici?
- Bueno
- Si quieres te llevo. La mía tiene asiento de atrás. Así podrás acabarte el bocadillo.
- Vale
Mi bicicleta era una Orbea color marrón con el asiento de muelle para amortiguar los baches. El asiento de atrás era de hierro y más bien servía para llevar paquetes, pero funcionaba con Cristina. Bocadillo en mano, me cogió de la cintura mientras pedaleaba. Nos dirigimos durante todo el camino de tierra entre plataneros hasta llegar al cruce. El cruce, era el lugar donde se acababa el camino. Mi madre no me dejaba pasar de allí, en aquel punto el camino conectaba con otro mayor cubierto de asfalto que se dirigía a la carretera. Allí pasaban los coches, aunque no muchos. Aparqué la bicicleta en el cruce, lanzándola al suelo como solía hacer. Me senté junto a ella mientras Cristina mordía el bocadillo de Nocilla. - ¿Quieres un bocado?
- Si, me gusta la Nocilla.
- Vives en la casa de al lado ¿verdad?
- Si. Soy nuevo aquí. Es la segunda vez que vengo.
-No se porque, pero me dio vergüenza decir aquello.
- ¿Y de donde vienes? - De muy lejos. De un sitio que se llama Sentmenat
- ¿Y donde esta eso? - Por allí-le dije señalando las montañas
- ¿Me dejas dar una vuelta en tu bici?
- Si, pero ten cuidado. El freno de adelante es el de la izquierda.
- Vale. Voy hasta mi casa y vuelvo.
- ¿Qué no tienes bici?
- Si, pero ahora la tiene mi hermana, y hasta que no acabe no me toca a mí.
- Ahh.
Cristina cogió la bicicleta mientras yo le aguantaba el bocadillo. Zigzagueaba el volante con gran dificultad. Algunos baches casi la hacen caer pero hasta donde pude ver, seguía encima de esta. Al poco rato volvió aparecer con algo de polvo en la falda y la camiseta. - Me he caído, pero no me ha pasado nada- dijo sacudiéndose el polvo de encima.
- ¿Por qué te has caído?
- Porque se me ha cruzado un gato. Al fondo una voz gritaba repetidamente el nombre de Cristina
- Tengo que irme. Mi madre me llama. Luego te picaré ¿vale? Jugaremos al bote-bote.
- Vale.
Aquella vez no nos dijimos adiós, pero ahora Cristina Y Yo compartimos algo más que una bicicleta. Los dos tenemos dos hijos en común y el camino de plataneros ya no es de tierra. Ya tiene asfalto. Cristina ya tiene bicicleta y es de marchas, aunque sigue siendo un tanto patosa. Mis hijos tienen una cada uno pero apenas las utilizan y cuando lo hacen se pelean por la misma. No saben lo que es compartir. Lo mismo les ocurre con las “PSP”. No existe aquello de “una partida cada uno”.Ni siquiera se pasan el bocadillo de Nocilla cuando solo muerde uno. Quizás algún día Cristina les explicará lo que era el bote-bote.
una historia sencilla y preciosa... besoss (laura)
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